Publicado originalmente en www.fantasiaepica.com para el concurso "Mundo cyberpunk I"
Sin detenerse, apagó los amplificadores visuales de su casco para
observar el paisaje a través del cristal. Los suburbios parecían un
cinturón oscuro, salpicado por diminutas y escasas luces. Más allá, los
páramos estériles de la tierra se extendían, bajo el manto de negrura
proyectado por las perpetuas nubes contaminadas.
Eso era lo que quedaba del otrora bello y salvaje planeta Tierra, lo que
había quedado luego de la Tercera Gran Guerra. Luego de que el hombre
se aferrara a la tecnología como náufrago a un madero, en un intento de
sobrevivir en un mundo cada vez más escaso en recursos naturales. Luego
de que esa misma tecnología creciera hasta límites insospechados antes
de la gran catástrofe, evolucionando en materia de inteligencia
artificial. Y luego de que esa misma inteligencia artificial creciera al
punto de independizarse del hombre, relegándolo a un lugar de objeto
sometido a la caducidad, dejando a la inteligencia superior de los
androides todas las decisiones sociopolíticas, dirigiendo el destino de
la humanidad.
Nunca se había imaginado que observaría la ciudad desde esa perspectiva,
subiendo por los escalones de la más alta de las escaleras encapsuladas
del Núcleo, el edificio panóptico emplazado en el centro de Ciudad
Xhodom. Una construcción prohibida al acceso humano, y cuya función,
además de la de vigilar, no quedaba del todo clara.
Una sirena empezó a sonar, y las luces de los suburbios comenzaron a
desaparecer una tras otra, recordándole las desapariciones que empezaban
a volverse moneda corriente entre los habitantes humanos de la urbe.
Se detuvo frente a la compuerta al final de la escalera, la entrada a la
torre central del Núcleo. Exhaustivas investigaciones le habían
proporcionado datos sobre cada sector y dependencia del edificio, sobre
sus sistemas de seguridad y contraseñas de acceso. Pero nada sobre esa
misteriosa torre central, y su intuición, la parte humana de su mente,
le decía que allí estaba la respuesta que buscaba y por la que se estaba
arriesgando tanto.
Apoyó sus dedos en un detector a un lado de la entrada, conectó sus
circuitos neurales al sistema, e ingresó la clave de seis simples
caracteres. Una contraseña demasiado sencilla para tan misterioso
sector. Algo que le había hecho sospechar, pero no tenía más remedio que
seguir adelante, poniendo en alerta todos sus sentidos humanos y
esforzando al máximo sus implantes cerebrales para detectar cualquier
clase de alteración en los sistemas de seguridad del lugar, que había
logrado someter bajo su control.
La compuerta se abrió con un suave sonido. Se asomó al interior oscuro
reconectando sus amplificadores visuales. Las paredes circulares se
perdían en lo alto, y más adelante, justo en el centro de la tubular
estructura, había un computador, rodeando una columna hueca que ascendía
hasta lo alto del recinto. Inspeccionó con sus receptores mentales el
lugar, sin detectar señal alguna que pudiera resultar sospechosa.
Ingresó y se acercó al computador. Con rapidez se conectó al mismo y
desbloqueó el acceso al sistema. De inmediato, una pequeña estructura
holográfica apareció, un tubo vertical hecho de pequeñas cavidades,
alineadas en forma de anillos apilados.
Revisó los distintos archivos, bases de datos llenas de nombres en
clave, hechos de letras y números. Un sistema de codificación de sujetos
que conocía muy bien. Listas detalladas de características físicas,
genéticas y otros datos personales se abrían alrededor de la estructura
tridimensional.
Se alejó un paso del ordenador cuando comprendió de lo que se trataba.
Dio una orden al sistema, las luces del lugar se encendieron y el
holograma tubular cambió de color e intensidad. Pero su atención ya no
se centró en él, sino en la estructura que el dispositivo estaba
emulando. Miró hacia arriba, hacia las paredes circulares cubiertas de
cápsulas criogénicas, dispuestas como anillos apilados subiendo hasta lo
alto de la torre. Algunas vacías, otras con cuerpos humanos en su
interior.
Tratando de mantener la calma, volvió al ordenador. Ingresó los
parámetros de búsqueda de un sujeto en particular, y en milésimas de
segundo obtuvo los datos que estaba buscando. Dio otra orden al sistema,
y aguardó el resultado.
En lo alto de la torre, uno de los anillos comenzó a girar, un extraño
sistema de plataformas se movió entre las cápsulas, y luego una de ellas comenzó a descender por el interior hueco de la columna central.
Los segundos se le hicieron eternos, y cuando por fin la plataforma
llegó al nivel del suelo el corazón le palpitó con mayor fuerza. La
compuerta del ascensor se abrió, dejando a la vista la cápsula con su
contenido.
Una mujer joven flotaba en un líquido azulado, con el cuerpo desnudo y
cubierto de electrodos y otros dispositivos. El cabello dorado ondeaba
con suavidad alrededor de su cabeza. De su rostro, sólo los ojos
cerrados eran visibles, el resto estaba cubierto por una mascarilla que
parecía proveerle oxígeno.
Apoyó los dedos en el cristal, y suspiró con melancolía el nombre de la mujer de la cápsula: — Briana…
Sus dedos se crisparon, formando un puño. Por un momento imaginó que
rompía el cristal a golpes y huía con ella de ese maldito lugar. Se
mordió el labio, conteniendo la ira, y se dispuso a volver al ordenador
para buscar la forma de sacarla de la cápsula sin causarle daño y
despertándola del letargo en el que parecía inducida. Se apartó sin
quitarle los ojos de encima, como si temiera que al volver la espalda
pudiera perderla otra vez.
Cuando estuvo a un lado del ordenador, algo le sobresaltó. La compuerta
de entrada a la torre se abrió. Ninguno de sus sistemas cerebrales
habían detectado alteraciones en los sistemas de seguridad del edificio,
ni había alerta alguna de intrusión. Sin embargo, ingresando al
recinto, una mujer vestida de negro se acercaba. El cabello plateado le
caía sobre un hombro, y sus ojos oscuros eran tan inexpresivos como todo
el resto de su rostro.
— ¿Y tú quién carajo eres? – preguntó, mientras desenfundaba sus pistolas de plasma y le apuntaba a la recién llegada.
La mujer no se inmutó, pero se detuvo a los pocos pasos, observándole detenidamente.
En su mente, hizo un cálculo de sus posibilidades, los elementos de la
situación y los grados de incertidumbre. Decidió que lo mejor era no
tratar de luchar de inmediato, y se dispuso a bajar las armas.
Entonces entró en pánico. Sus brazos no le respondían, ni sus piernas,
ningún músculo de su cuerpo parecía ya bajo su control, quedando inmóvil
como estatua. La mujer se le acercó, le quitó las armas de las manos
como quien le quita un dulce a un niño, y dijo con un tono reverberante:
— Las probabilidades de que un humano logre burlar los sistemas de
seguridad de este edificio son casi nulas. Y que un bioprocesador
como tú logre hacerlo, es de una en doce mil setecientas cinco. Usando
una expresión humana, se diría que tu capacidad de resolución de
problemas es “sorprendente”.
Inmóvil, no pudo evitar que la mujer también le quitara el casco. El
cabello rojo oscuro le cayó como ondeadas cascadas sobre los hombros. Su
delicado rostro femenino estaba desfigurado por una mezcla de ira y
pánico.
— Unidad TKL952. Bioprocesador de tercera generación. Nivel de
integración encefálica: desconocido. Tiempo de fuga: cinco años, tres
meses, doce días, cinco horas, treinta y dos minutos. – dijo la mujer de
cabello blanco, mientras caminaba a su alrededor, observándola con
detenimiento.
— ¡Perra, ya no soy un puto experimento, mi nombre es Saera! – gritó la joven inmóvil.
La mujer se detuvo frente a ella. Su rostro se desfiguró de repente,
generando una máscara de tristeza. Saera no comprendía lo que estaba
ocurriendo, y de inmediato las facciones de la mujer volvieron a
cambiar, como si se fundieran en un semblante de ira, iluminando sus
ojos con un intenso tono rojo. Luego de un instante, volvió a la
inexpresividad. El holograma que recubría el cuerpo de la mujer parpadeó
un par de veces antes de desaparecer, mostrando su verdadero rostro: un
cráneo metálico de ojos purpúreos, tenuemente iluminados.
— Máquina de mierd… — trató de decir Saera, pero sus labios se inmovilizaron.
Un hormigueo le recorrió el cuerpo, entumeciendo sus miembros, haciendo
que se desplomara en el suelo. La vista se le nubló, y antes de perder
por completo la audición, escuchó que el androide decía: — Unidad
TKL952, desactivada.
Cuando recuperó la conciencia, todo era oscuridad. Sentía el cuerpo liviano, como si estuviera en un campo antigravitatorio.
— Patrones alfa detectados.
Una luminosidad creció, delineando una forma humanoide. Saera se sobresaltó.
— Incrementando niveles de serotonina.
La figura se hizo nítida, una criatura luminosa, con el cabello plateado
flotando a su alrededor. Su voz resonante pareció devolverle la calma: —
Saera…
— ¿Quién… eres? – alcanzó a preguntar.
— Donde vas, me conocerás como Ilaris, Señora de Sanación.
— ¿”Dónde voy”?
— Inhibiendo neurotransmisión dopaminérgica.
— Has hecho un increíble esfuerzo en llegar a dónde llegaste. Ninguno de
los anteriores llegó tan lejos. Los has visto, inmersos en sus sueños.
— Como Briana… ¿Qué le han hecho?
— Tranquila, ella está bien, y pronto la verás.
— Estabilizando niveles de presión arterial.
— ¡¿Dónde está?!
— En otro mundo, lejos de Ciudad Xhodom, lejos del planeta Tierra. Un
mundo donde podrán estar en paz. ¿No era eso lo que buscabas al venir al
Núcleo?
— ¿Por qué… por qué la capturaron, y a todos los demás? – Saera comenzó a alterarse.
— Estabilizando neurotransmisión de noradrenalina.
— Nosotros, los androides, hemos investigado la civilización de tus
antepasados, aquello que llamaban fantasías, sueños, emociones. Aún las
conservan, pero no son lo mismo que entonces. Creían en entidades
superiores a las que llamaban dioses, seres inmortales y perfectos.
Nosotros hemos logrado la inmortalidad con nuestros cuerpos. Hemos
alcanzado la perfección de la inteligencia con nuestros procesadores
mentales. Pero aún no hemos desentrañado el misterio de las emociones,
incluso complejizando todas las variables emocionales que hemos logrado
operacionalizar no alcanzamos a reproducir la multitud de reacciones
emocionales, nuestros niveles de predictibilidad han fallado en los
últimos estudios. Para eso están aquí, es lo que tienen que enseñarnos.
Cada uno de los sujetos de este experimento está aquí por alguna razón.
Su inteligencia, sus sueños, su rebeldía, sus intentos de resistencia.
Incluso Briana, como tú la llamas, está aquí por aquello que hemos
conceptualizado como “compasión”. Cuando comprendamos todo eso, podremos
ser sus verdaderos “dioses”.
La palabra “compasión” le recordó a Saera el día que había conocido a
Briana, quien la cobijó siendo una extraña recién escapada de su central
de bioprocesadores.
— Ustedes son los elegidos para este proyecto, que hemos bautizado como proyecto M.M.O.R.P.G., las siglas de massively multiplayer online role-playing game, un pasatiempo de tus antepasados.
— Esas… son las letras que usé para entrar a la torre del Núcleo…
— Sí, una contraseña “demasiado sencilla”. Hemos monitoreado todo lo que
ocurría en tus circuitos cerebrales desde que entraste al Núcleo. Todos
los sistemas que burlaste son sólo una pantalla detrás de la cual están
los verdaderos dispositivos de seguridad. Todo está montado para poner a
prueba a quienes se atreven a ingresar a nuestras instalaciones. Tus
sentimientos hacia Briana son lo suficientemente intensos para que
arriesgues tu propia vida por ella. Todo eso es lo que investigamos.
Pero en el planeta Tierra la vida es demasiado dura para tu especie, y
los sentimientos que prevalecen son los de ira, confusión y todo lo que
deriva de ellos. No podemos estudiar emociones menos violentas en el
ambiente actual, y mucho menos en laboratorios aislados, como en la
central de bioprocesadores de la que te fugaste.
— Entonces… ¿Por qué me cuentas todo esto?
— Para que quede en ese lugar más allá de tu consciencia. Borraremos
todos estos recuerdos, pero aún así, algo siempre queda en alguna parte
de sus cerebros, que no podemos borrar. Un sitio que no hemos podido
localizar aún, y que posiblemente sea la raíz de todo el misterio de las
emociones. Lo llamamos, provisoriamente, el “subconsciente”. Aquellos
que entran al otro lado sin esta información quedan demasiado
desorientados, y caen en estados emocionales autodestructivos. Tenemos
que inducirles posteriormente estos conocimientos no siempre con buenos
resultados. En cambio, quienes reciben esta información logran adaptarse
mejor al entorno, aún no entendemos el motivo.
— Siempre es mejor saber la verdad, no importa que tan terrible sea.
La figura guardó silencio por un instante, luego dijo: — Tendremos eso en cuenta.
— Algo más… las emociones no se pueden predecir, sólo se sienten. Ninguno de mis implantes de bioprocesador se activa cuando siento emociones. Eso, lo aprendí de ella…
La criatura, hasta entonces inexpresiva, movió los labios, una sonrisa
tímida asomó, con una naturalidad que Saera sintió inexplicablemente
confortante, y luego de eso dijo: — Ya no necesitarás esos implantes,
vamos a desactivarlos, volverás a pensar como un ser humano promedio.
Saera apenas alcanzó a escuchar estas últimas palabras. Cierto cansancio pareció inundar su mente.
— Ciclo de ondas delta, activado.
El viento le mecía el cabello pardo rojizo. Parecía inmóvil, observando el templo al otro lado del sendero de piedra.
— ¿Qué ocurre? – le preguntó alguien a su lado.
Se volvió lentamente ante aquella pregunta, y dijo a la joven que le
había hablado: — Es difícil pensar sin tantas variables, ecuaciones y…
— ¿Saera, de qué hablas? – preguntó, divertida a la vez que confundida, acomodándose el rubio cabello.
Saera la miró, enfocando la vista como quien despierta de un estado de trance: — La diosa…
— ¿Ilaris? Es la diosa local… ¿quieres que visitemos el templo ahora?
Saera sonrió, y de súbito la abrazó: — No, no importa, lo único que importa es estar aquí contigo, Briana.
Briana rió, sorprendida nuevamente, esta vez por el arrebato poco
habitual de afectuosidad de Saera. La miró a los ojos, le dio un tierno
beso en los labios, y le dijo: — Claro que sí, siempre juntas, como lo
prometimos…
Saera asintió, dibujando una sonrisa en su rostro habitualmente parco.
— ¡Pero estamos juntas en Byran, la ciudad más bella de todo el Reino de
Caeryn! ¡Vamos, que aún hay mucho por conocer! – dijo Briana con
euforia, tomándole la mano y obligándola a salir de su inmovilidad,
riendo divertidamente como era habitual en ella.
Saera emprendió la marcha, casi arrastrada por Briana, que se abría paso
entre la muchedumbre con facilidad. Su mente estaba en calma, sin mucho
para pensar, simplemente dejándose llevar por la felicidad que le
producía estar con su amiga.
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